Sintiéndose un día muy
generosa, invitó doña zorra a cenar a doña cigüeña. La comida fue breve y sin
mayores preparativos. La astuta raposa, por su mejor menú, tenía un caldo ralo,
pues vivía pobremente, y se lo presentó a la cigüeña servido en un plato poco
profundo. Esta no pudo probar ni un sólo sorbo, debido a su largo pico. La
zorra en cambio, lo lamió todo en un instante.
Para vengarse de esa burla, decidió
la cigüeña invitar a doña zorra.
-- Encantada -- dijo --, yo no
soy protocolaria con mis amistades.
Llegada la hora corrió a casa
de la cigüeña, encontrando la cena servida y con un apetito del que nunca están
escasas las señoras zorras. El olor-cito de la carne, partida en finos pedazos,
la entusiasmó aún más. Pero para su desdicha, la encontró servida en una copa
de cuello alto y de estrecha boca, por el cual pasaba perfectamente el pico de
doña cigüeña, pero el hocico de doña zorra, como era de mayor medida, no
alcanzó a tocar nada, ni con la punta de la lengua. Así, doña zorra tuvo que
marcharse en ayunas, toda avergonzada y engañada, con las orejas gachas y
apretando su cola.
Para vosotros escribo,
embusteros: ¡ Esperad la misma suerte !
"No engañes a otros, pues bien conocen tus
debilidades y te harán pagar tu daño en la forma que más te afectará".
No hay comentarios:
Publicar un comentario